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Mi Compañia Liberada.

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Me desperté sobresaltado, con sudor frío y ese gusto a veneno en la boca. Este tipo de sensación era algo recurrente, dormir tranquilo se había convertido en un mito lejano y añorado. Apenas se me quito el sopor del sueño y abrí los ojos, la vi parada allí, como siempre estaba: mirándome llena de pena y tristeza. Dirigí la vista hacia la ventana detrás de ella y vi que era otro día gris, con llantos del cielo que arrojaban un paisaje lúgubre sobre la ciudad. De forma impulsiva, desesperada y asqueada de seguir en esa rutina tortuosa, la miré y le grité: -¡Vete de aquí! No quiero que estés más cerca de mi.- Solo se quedo en silencio, como siempre hacía. Me dedicó una mirada llena de pena y de lástima. Esa mirada me hizo reflexionar, y más calmado añadí: -Lo siento. Sé que tú tampoco quieres estar aquí conmigo.- Ese día, por alguna extraña razón, estaba fastidiado. Sentía de verdad que no podía soportar más la situación. La desesperación, la ansiedad, esa angustia que me oprimía el pecho...