Dudas en la oscuridad

No era una sensación de incertidumbre, sino más bien de debilidad. Ya no lograba soportar esa incesante tortura, ese amargo pero cálido abrazo hacia la madurez.

Siempre se le enseñó a ser pulcra, puritana. Aprendió todos los modales, todas las formas de conducta social, a ser una perfecta dama. Sin embargo, siempre sintió en lo más hondo de su ser que algo estaba mal, que no estaba completa. Por eso se esforzó siempre al máximo… pero, ¿para quién?

Siguió corriendo, desorientada y perdida. Ya había recorrido todos sus lugares de ensueño, parajes secretos donde podía estar sola y, sobre todo, libre. Pero ya ninguno significaba más que asco y repulsión, un recuerdo del pasado que sólo la hacía sentir culpable y miserable. Por eso siguió corriendo en la oscuridad de esa noche sin luna, buscando una respuesta que tal vez nunca tuvo pregunta.

Era el orgullo de su familia. Modales perfectos, atleta consumada, una dama pulcra. Siempre una dama. Sin embargo, nunca fue suficiente. Al menos no para ella. Siempre obsesionada con la perfección, con ser la mejor. Pero nunca dijo nada. Nunca reveló su desespero ante nadie: ni ante su familia, ni ante sus amigos, ni siquiera en su diario íntimo. Siempre pensó que sólo era una etapa, un tonto capricho infantil que pronto pasaría.

Primero fue una gota, luego otra, y así comenzó una lluvia espesa, pesada y helada. Perfecto. Nada podía arruinar más esa desastrosa noche. Se detuvo. Ya no podía correr más. El agotamiento, y aún más su desesperación, terminaron de acabar las pocas fuerzas que le quedaban. Miro hacia el firmamento, y lloró en silencio, derrotada. Las frías gotas salpicaban en su cálido rostro, camuflando sus tristes lágrimas de decepción. Era una suerte. Una dama nunca debe llorar, y la lluvia escondía este estado. Se rió con amargura lastimera al pensar esto.

Sus triunfos no se detenían. Al graduarse de la escuela con honores fue aceptada en una prestigiosa academia. Toda su familia estaba orgullosa de ella. Orgullo que ella no compartía. “Todo era de esperar, ¿por qué se sorprenden?” decía su madre. Pero para ella sí era una sorpresa. A pesar de su grandioso porvenir, aún sentía que no estaba completa, que no era… perfecta.

Estuvo de pie mucho tiempo, dejando que la lluvia recorriera sus ropas y su cuerpo. Estaba completamente empapada, pero no le importó. Tal era su conflicto interno, que una posible neumonía tomaba el aspecto de un simple estornudo. Empezó a caminar, vagando por callejones y parques. No tenía rumbo fijo, así que caminó por lo que le parecieron horas con sabor a décadas. Hacía tiempo que había dejado de llorar. Afortunadamente la ciudad estaba en bastante movimiento, por lo que no sintió miedo al peligro… pero sí sintió a flor de piel su soledad.

Era hermosa y lo sabía. Alta, cabello negro, largo y liso. Tenía una saludable silueta esbelta y su piel poseía un agradable color canela claro. Sus ojos eran color miel. Su dentadura perfecta. Todo su vestuario era impecable, moderno. Siempre fue muy popular entre chicos y chicas por igual. Siempre fue invitada a todas las fiestas y su presencia en las reuniones sociales era obligatoria. Era carismática, agradable… casi repulsiva. Siempre fue una charada. Una actuación pública que siempre terminaba con sus lágrimas en la almohada. Sabía que algo no funcionaba en su mente, pero no tenía certeza alguna de que era.

De pronto, se detuvo. Estaba cansada y le dolían los pies. Levantó su cabeza por primera vez desde que empezó su recorrido y se dio cuenta que estaba en un bosquecillo próximo a su hogar a las afueras de la ciudad. Decidió sentarse en una piedra cercana. Necesitaba reposar, recuperar fuerzas para continuar su lucha interna. Ya no podía seguir huyendo. Tenía que enfrentar a sus demonios de imperfección, a todos sus terrores ocultos. Esa noche el caos se había desatado, y ella era la actriz protagónica de la comedia absurda de su vida.

Cuando al fin entró a la academia, todo era nuevo y vigorizante. Las lecciones eran todo un reto intelectual, un gran respiro de la sofocación que sentía en su juventud. Le presentaron personas interesantes, elocuentes, que ampliaron su visión de las cosas. Todo era impresionante… hasta que la conoció. Era una mujer imposible. Hermosa, inteligente, afable, aunque con toques de mordacidad al hablar. Se podría decir que era igual de perfecta a ella misma. Rápidamente surgió una amistad que sería la ruina de todo.

A lo lejos sonó la majestuosidad de una torre de reloj. La cantidad generosa de los tañidos de la campana le confirmaron que no era tan tarde como ella llegó a pensar. Su divagación por los caminos de la desesperación había hecho que el tiempo hubiera pasado demasiado lento. Escuchó a su alrededor y el silencio resultante después del concierto nocturno reafirmó crudamente su soledad. Nuevamente lloró, porque se dio cuenta que lo único que tenía era ella misma, y eso era lo más desdichado de todo.

Pronto la amistad con ella empezó a tomar nuevos rumbos. Salían a reuniones y festejos cada vez con mayor frecuencia y se irritaba si no se encontraban en la academia, por insignificante que fuese la razón. Finalmente, se negó a una invitación por motivo de su natalicio porque ya tenía planes para la velada, con ella como invitada principal. Sin embargo, la represión oculta que tuvo durante toda su vida, esa creencia de perfección que atentaba con su educación puritana, plantaron la incertidumbre sobre lo que pasaría en aquella reunión en lo más hondo de su ser.

El silencio de la noche fue nuevamente interrumpido por las campanas. En esta ocasión la argentea melodía fue moderada en su repicar, como indicativo de lo tarde que era. Se levantó de su humilde reposo y tomó rumbo a su domicilio, pensando en los sucesos acontecidos esa noche y sobre lo que haría de ahora en adelante. No pensaba volver a la academia. La verdad ya no importaba. Vivir y enfrentarse a las inseguridades más profundas no lo enseñan en ningún lugar.
Fuente fotográfica: Free design file

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El delirio de un suspiro

Prisión

Días de Paz. Parte 1: Tregua.