Prisión

Confusión. Esta es la primera sensación que recuerdo haber sentido cuando me desperté: una confusión intensa, penetrante, omnipresente. No sabía que me había pasado, dónde estaba, cuánto tiempo estuve fuera de mi no tan exquisita realidad.

Miedo, lo primero que sentí después de aquella desorientación (presente aún a flor de piel). Miedo por no saber que me pasaría, a estar solo el resto de la existencia; a morir olvidado en algún lugar profano sin ningún tipo de iluminación. Hice un intento de exclamación, de dar algún sentido de orden, pero fue en vano; lo único que sentí fue la reverberación de mi voz, estallando en mi cabeza como una bala perforando mi cráneo. Me levanté, aunque sin perder de mis sentidos la venenosa ilusión desorientadora. Quería gritar, lo deseaba, lo necesitaba.

Fue entonces, que me di cuenta de una angustia ligera, muy dentro de mí, que amenazaba con oprimirme del todo en su florecimiento. Esa obsesión empezaba a afectarme y, desesperadamente, busque la tranquilidad respirando profundamente pero, al darme cuenta de mis intentos patéticos de inhalaciones, la poca calma que llegue a tener se deshizo rápidamente, como si de polvo se tratase.

Caí entonces en una suerte de abotargamiento de pensamiento, maldiciendo esa falsa ilusión de libertad. No podía creerlo, aunque ya estuviera acostumbrado: me sentía aislado del mundo, perdido, olvidado, sin ningún tipo de contacto. Intenté arañar, inútilmente, mis pensamientos; como si esperase que se pudieran disolver tan fácilmente como aquella sensación de tranquilidad.

Pasó el tiempo de manera indefinible, y no logré distinguir si fueron horas que pasaron en un instante o meros segundos con sabor a eternidad. Había logrado asimilar mi estado de manera patéticamente aceptable. Sin embargo, el sabor amargo de la confusion perduraba como un mal presagio, una incesante tortura peor que la misma reclusión mental.

"¿Para qué salir?" Esta interrogante brotó, creció y dio frutos en mi interior. Siempre he tenido malas experiencias en el exterior. Me han traicionado y abandonado a mi propia suerte. Si no tenía posibilidades de ser feliz en el exterior, ¿Qué necesidad tenía de salir a buscar problemas? No era la primera vez que me ponía a pensar en ello, pero en ese momento, a oscuras, fue la única certeza que había percibido. Pero, ¿Era eso verdad?

No estaba del todo seguro si realmente yo me daba cuenta de este hecho: poseo una inherente capacidad de pensar meticulosamente las cosas, pero desde un inicio me ponía rumbo hacia un estado donde el razonamiento es lo último que importa, reduciendo mi mente en un cúmulo de ideas implantadas artificialmente por la angustia para el provecho conveniente del miedo.

Desde que me encontraba recluso en mi prisión mental, los pensamientos se habían disparado en una espiral en perpetuo crecimiento, que hacía que mi cabeza se llenara hasta casi el punto de estallar con esa confusión inicial llena de un sabor amargo que aún me hacía tener náuseas de vez en cuando. Ya quería escapar, salir de ese mundo irreal que se había creado apartandome del resto.

Varios dirían que no era necesario vivir esta incesante tortura, que esa reclusion de ideas siempre se encuentra en un contexto negativo. Y tienen toda la razón. Sin embargo, siempre que ha habido hasta el más efímero intento de realizar una catarsis, me he visto tildado de anormal, extraño, un simple perdedor buscando llamar la atención; a fin de cuentas, un engranaje que no encaja en la maquinaria de la sociedad. Un ser obtuso y abyecto imposibilitado para vivir una vida simple, sin ningún tipo de dilema moral, sin retrospectiva de su misma forma de ser o existir.

Desengaño, tristeza, frivolidad, odio, envidia, dolor. Esta sucesión de emociones son las que siempre terminan apoderándose de mi cuándo llego a este estado deplorable de introspección. Y es entonces cuando llegó al punto más profundo de ese averno, que logro entender lo que me pasa. El origen de mi sufrimiento psiquico, del confinamiento mental, de la amargura misma de la confusión que impregna mi alma cada cierto tiempo con la puntualidad misma de la vida.

Y con ese último pensamiento, la oscuridad de ideas se unió al color abismal del lugar en el que me hallaba, tragando toda mi existencia al sonido de una triste melodía. Un réquiem por la pérdida de lucidez y de la cordura…

Confusión. Esta es la primera sensación que recuerdo haber sentido cuando me desperté por segunda vez, pero en esta ocasión, solo respire profundamente, y abrí los ojos.

(Aclaración: Sufro de trastorno de personalidad mixto ansioso/depresivo, y este texto es un intento de plasmar que pasa por mi cabeza cuando sufro uno de mis ataques de pánico. Sin embargo, siento que las palabras se me quedan cortas.)

Fuente Fotográfica: Deviant Art

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