Voces del Silencio
Es común que lo relacionado con lo denominado paranormal sea examinado con una lupa de escepticismo bastante severa, gracias a que existe una noción de charlatanería en cuanto al tema, y casi siempre los relatos son relegados a un objeto de morbo secreto generalizado, existente para alimentar una adicción a la adrenalina que queda después del susto que puedan generar.
Yo soy alguien que prefiere evitar ese tema, no porque no crea en ello, sino todo lo contrario. A lo largo de mi vida me han acontecido varias de esas situaciones inexplicables que, en mayor o menor medida, me han hecho pasar un mal rato. Algunos tal vez me creerán, otros dirán que es la fantasía propia del relato escrito, pero para mi todo ha sido una no muy agradable realidad. Es posible que yo tenga una ligera afinidad para atraer y/o para percibir con mis sentidos este tipo de acontecimientos, y supongo que desde temprana edad, como mencionare a continuación.
Mis padres y hermanos me cuentan que cuando yo tenía dos años de edad aproximadamente y apenas me comunicaba con las escuetas palabras de un párvulo, íbamos todos en el carro familiar aquí en la ciudad de Bogotá. En un momento dado yo señale a un lugar al azar y dije "Tío Luciano". Eso hizo que mi papá frenará en seco y mi familia se sorprendiera. Me preguntaron que había dicho y nuevamente dije "Tío Luciano", señalando al mismo lugar vacío. Según me dice mi padre, fue justo el dia que se cumplia el aniversario de muerte de aquel tío que nunca conocí y que vivía en Medellín. Este es el único caso del que no tengo memoria, tal vez por la corta edad que tenía cuando aconteció, pero mis padres y tres hermanos me aseguran su veracidad.
Al lado de mi cuarto, hay una escalera que conduce a la tercera planta de mi casa. Dichas escalas y el suelo de ese piso están hechos en madera, y siempre hacen el concierto clásico de quejidos del material al ceder ante el peso de una persona. Desde que tengo memoria, en diversas ocasiones he escuchado como si una persona subiera esas escaleras y recorriera ese piso, dando la impresión de estar buscando algo. Mi hermana Tatiana cuando aún vivía en la casa me confirmó que alguna vez sintió a ese ser, a falta de una mejor descripción, moviéndose en dicho lugar. También ha pasado que en horas de la noche, tocan la puerta de mi cuarto sin importar si está abierta o cerrada, como si solicitarán permiso para ingresar a mi habitación. Llegué a pensar que era sugestion mia, pero mi madre un dia sin darme mayor explicacion me sugirió que ignorara ese ruido, confirmando que ella también lo había escuchado.
En este tercer piso también me aconteció algo más personal y desagradable. En esa especie de buhardilla es donde teníamos el computador familiar, y donde pase la gran mayoría de mis horas universitarias estudiando. Me encontraba yo cursando tercer semestre, y era una de tantas noches en vela haciendo trabajos para entregarlo al dia siguiente mientras mi familia dormía. Serían eso de las 4 o 5 de la mañana, cuando sentí que un par de manos me cogieron por los hombros a mis espaldas y me zarandearon fuertemente. Quede totalmente pasmado, sin poder articular sonido o mover músculo alguno. Pasarían unos pocos segundos para que lo que estuviera allí conmigo, fuera lo que fuera, nuevamente me agarrara de la misma forma y me sacudiera con aún más fuerza, al punto de casi hacerme caer de la silla. Ese segundo episodio fue el que me hizo reaccionar, saliendo del estado absorto en que me encontraba, girando casi violentamente pero con apenas un hilo de voz. Al encontrarme solo, no lo pensé dos veces y salí corriendo del lugar. No me moleste en recuperar mi trabajo universitario sino hasta que el sol estuviese bien alto en el firmamento.
Por un tiempo llegué a pensar que estos hechos estaban ligados específicamente a mi hogar, pero pronto la vida misma me haría entender que no era así. Fue precisamente en ese tercer semestre de universidad que entre a trabajar con una caja de compensación familiar llamada Cafam. Viajaba a un pueblo de tierra caliente llamado Melgar, ubicado más o menos a 3 horas de Bogotá, al centro vacacional de la empresa para desempeñarme como recreador durante los fines de semana, y semanas enteras en temporada alta. Aunque la paga no era nada exorbitante, me ayudaba a sustentarme con los múltiples gastos universitarios, y me servía como un cambio de ambiente a la exigente presión académica.
Este centro vacacional contaba con dos hoteles, muchas cabañas, piscinas, un lago, zoológico de animales recuperados y hasta una ciudadela infantil. Cada vez que viajaba, los recreadores que trabajabamos ese fin de semana nos alojabamos en una zona de casetas especial llamada "Guayabos", exclusiva para personal de la empresa, y generalmente nos dividiamos en una para hombres y otra para mujeres. Precisamente alojado en dichas cabañas me sucedieron un par de sorpresas.
La primera de ellas fue en los primeros viajes de trabajo. Esa noche, después de una agitada actividad de piscina nocturna, intentaba lograr conciliar el sueño sin éxito alguno. En un momento dado, empecé a escuchar un ruido persistente. Al principio le di la relevancia efímera de los ruidos nocturnos típicos de tierra caliente. Sin embargo, no pude ignorarlo más tiempo cuando caí en cuenta que dicho ruido provenía del interior de la habitación, más concretamente cerca a la pared. Al acercarme el ruido fue mucho más claro: el típico "click" que hace el interruptor de luz. Pero al revisarlo pude corroborar que el switch estaba moviéndose constantemente hacia arriba y hacia abajo sin que nadie lo moviera, y sin que la luz se prendiera o apagará. No logré pegar el ojo en toda noche.
Otra situación, medianamente similar, sucedió alojado en otra cabaña de la misma zona. En esa ocasión, estaba con unos compañeros del trabajo en una habitación con literas, todos intentando dormir, cuando escuchamos el ruido de los pies de un roedor por todo el tejado de nuestro hospedaje. Pensamos que tal vez era una de las múltiples zarigüeyas silvestres que vivían en el sector, pero la sorpresa llegó cuando el ruido empezó a trasladarse dentro de la pared, haciendo un recorrido errático hacia mi dirección. Ese incesante repicar me siguió por toda la habitación, ya fuera por el techo, pared o incluso en el suelo por el espacio de unos 10 minutos aproximadamente, cosa que nos puso bastante incómodos a todos los presentes allí. No nos fue fácil conciliar el sueño.
Como mencione anteriormente, en el centro vacacional había una gran zona infantil, llena de castillos, atracciones mecánicas y la piscina más grande de todas. Casi siempre me asignaban a trabajar aqui porque tenía afinidad con el lugar y sus historias desde el principio. Decían los que trabajan allí que en los años setentas más o menos, se había ahogado un niño en dicha piscina, y como se maneja mucha energía infantil allí, dicho infante se aparece ocasionalmente. Y con la suerte que llevo, efectivamente se me manifestó dos veces.
La primera ocasión fue después de haber terminado la actividad nocturna, una obra minimusical de Blanca Nieves. Me había quedado solo en el Castillo Azul, centro de operaciones usual de mi trabajo, mientras terminaba de organizar los formatos de planeación de actividad del dia. Concentrado en el papeleo, sentí una mano pequeña que me tocó el hombro. Rápidamente me gire pero no habia nadie. En ese momento escuche una risa infantil en el segundo piso del castillo, y pensé que se me había olvidado entregar a algún niño travieso a sus padres. Sin embargo, por más que busqué por todos las habitaciones y recovecos, no encontré a nadie.
La segunda ocasión fue también allí en el mismo lugar. También había acabado la actividad nocturna y me dirigía a la sede de recreación para entregar el material que había utilizado para mi labor. Pasando por el costado del Castillo Azul, no se porque me dio por mirar a través de las ventanas del comedor. El niño, vestido de blanco, estaba asomado en una de las ventanas, agitando su pequeña mano como despidiendose. Al verlo me detuve, pero una palmera me tapo la vista, por lo me devolví dos o tres pasos en mi recorrido, pero ya no había rastros del infante. Curiosamente, esto aconteció faltando aproximadamente un mes antes de haber renunciado a mi pésimo jefe del momento, antes que al trabajo como tal. También cabe anotar que en ambas manifestaciones del niño no sentí temor en ningún momento, sino más bien sorpresa.
Lo que sí me hizo sentir verdadero terror fue la aparición cerca al lago. Ése fin de semana los recreadores teníamos a cargo una actividad nocturna especial para el mes de octubre. Frente a uno de los autoservicios, habia un recorrido a través de un pequeño monte que llegaba al lago. Esta mezcla entre sendero de piedra y parque, localizado en medio de un ligero bosquecillo, estaba lleno de estatuas con las leyendas típicas de espantos colombianos, como la Patasola, la Madre monte, el Mohan, el Sombreron, por mencionar algunos entre muchos más que habían. La actividad recreativa en cuestión la hacíamos de noche, con algunos recreadores disfrazados de guías campesinos y otros disfrazados de los espantos en diversos lugares estratégicos, haciendo una suerte de "casita del horror" aprovechando la oscuridad de la noche y la ligera dificultad que llevaba escalar el camino de piedra a través del monte.
Después de una última reunión para ultimar detalles sobre lo que haríamos en la actividad, me quede solo terminando de amarrar la cuerda que usábamos para que los usuarios siguieran el recorrido delimitado por motivos de seguridad. Eran más o menos las cinco y media de la tarde, y estaba trabajando a la mayor velocidad que me era posible porque estaba oscureciendo rápidamente y movilizarse por el parque de mitos y leyendas a oscuras podía ser peligroso. Cuando estaba regresando, ya pronto a llegar a la carretera donde comienza el recorrido, escuche algo que me helo la sangre: mitad canto de pájaro, mitad risa de mujer. La escuche con relativa cercanía pero poco a poco se fue alejando de mi. Eso hizo que yo acelerara el paso, porque aún estaba a una distancia considerable del inicio del parque.
Dicen que no hay que creer en las brujas, pero de que las hay, las hay. En muchos relatos de mi padre, y de lugareños que trabajaban en melgar, siempre decían que cuando uno escucha cerca esa especie de canto, es que la bruja está lejos, pero si por el contrario lo escucha a la lejanía es que ella está cerca. El haber escuchado esa infernal algarabía alejándose de mí me hizo comprender que esa criatura iba a por mi, y lo confirme cuando note que algo grande se estaba moviendo por las copas de los árboles, acercándose con enojosa paciencia a mis espaldas. También recordé de los relatos paternos que cuando uno tiene sospechas de una bruja cerca, no se debe rezar, porque más se pega a uno, sino que se debe insultar a grito herido a la desdichada arpía para mantenerla a raya. Así que mientras trotaba, comencé a lanzar improperios al aire cual cortesana discutiendo por un mal pago.
La oscuridad de la noche amenazaba con cubrir el camino en cualquier momento, y a pesar de mis esfuerzos, esa carcajada de la desgracia sonaba más y más lejos a comparación del vaivén de los árboles que se acercaba con celeridad. De pronto, vi el final del camino y la vida se me fue en la aceleración máxima de mi maratón hacia la salvación. Hasta que abruptamente finalizó. Llegue a la carretera que limitaba con el monte, fuera del bosquecillo y del parque. La asfixia típica de un fumador empedernido hizo mella en mí, y caí al suelo para respirar a bocanadas desesperadas. Cuando pude recuperar escuetamente el aliento, cometí un gran error: miré a las copas de los árboles, y allí estaba. Podría describir a la criatura como un pájaro enorme, casi del tamaño de una persona adulta, con un plumaje oscuro excepto en el rostro donde la ausencia de plumas evidenciaba una carne pálida. El penacho a lo alto de su cabeza según el ángulo podría entenderse como un sombrero, y el pico rosáceo al igual que el rostro asemejaba una nariz algo ganchuda. Solo me tomo unos pocos segundos de esa profana visión para poner pies en polvorosa del lugar. Logre convencer a mi jefe para recibir y organizar a los participantes de la actividad en la entrada del recorrido, para no tener que acercarme a ese infernal monte.
En los últimos años no he sufrido de acontecimientos con tal impacto como los que me pasaron en esa época. Si cabe anotar que a veces, en el techo de mi cuarto se siente que alguien da un par de pasos, aunque vivo en un cuarto piso y no hay nada más aparte del techo inclinado. También con cierta frecuencia escucho voces que solicitan mi presencia. En más de una ocasión le he preguntado a mis padres que si me han llamado, para decirme que ni siquiera me habían hablado. Siguiendo el consejo materno que mencione anteriormente, y las sugerencias de muchas personas, prefiero dejar quieto lo que está quieto, e ignorar las voces del silencio.
Fuente fotográfica: Deviant Art
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