Días de Paz. Parte 2: Calma.
Al despertar de una de tantas ocasiones que estuvimos juntos, el colorido logo de una lata de vodka vacía me saludaba. Siempre me ha parecido inquietante su constante presencia. Me levanté en silencio, y sentí un poco de envidia al ver unas cuantas gotas alrededor de la boquilla del recipiente. También quisiera ser asi de pequeño y besar constantemente los labios de una persona, con la urgencia de una pasión efímera.
Me senté en la cama. Pensé en despertarlo para arreglarnos y salir a comer algo; pero recordé que él prefiere hacer una duermevela después de hacerlo. Así que nos arrope con las cobijas y me recoste en su espalda, en lo que encendía el televisor de ese cuarto de hotel con el sonido silenciado. Susurrando, me hizo una suerte de saludo y a los pocos minutos me empezaron a llegar los murmullos de una conversación que él sostenía con alguien en su teléfono celular.
Realmente no puse atención a lo que decía, pero el tono de su voz me sumió en un raro estado de melancolía. Recordé que antes, en mi infancia, las voces de los profesores tenía esa misma monótona musicalidad, que hacía que fácilmente se olvidara el contenido de la enseñanza. Entre tanto acoso escolar que recibí durante años las clases me eran simplemente odiosas, y sólo prestaba el mínimo de atención para pasar los exámenes y trabajos, mientras me encerraba en un mundo de letras y dibujos. Todo esto, hasta que llegó un alumno nuevo.
Lo presentaron en la primera clase del dia, no recuerdo bien si era de matemáticas o geometría. Provenía de la República de China, de alguna región que nunca supe cual era. Al principio fue bastante popular por su condición de extranjero, pero entre la barrera incipiente del lenguaje, ya que hablaba solo unas pocas palabras en español, y la decepción de muchos al saber que no podía traducir ningun manga japonés por la diferencia entre idiomas, hizo que rápidamente quedara aislado de todo el grupo. Nadie quería hacerse realmente con él, y casi siempre se le veía solo en los descansos y en clase. Alguna vez quise hablar con él, pero ni siquiera hablaba inglés, como para decir que había alguna alternativa de comunicarnos. Solo estuvo en el colegio unos pocos meses.
Y recordar ese episodio mientras escuchaba la conversación y en la televisión silenciada pasaban imágenes resplandecientes, caí en cuenta que en mi infancia había comprendido inconscientemente algo de mi propio destino: de alguna forma, sabía que un sentimiento de bienestar me traería problemas. Lo supe cuando vi al niño extranjero, pues yo también, como él, era diferente. Y para muchos, sería una monstruosidad.
Cuando terminó su conversación telefónica, parecía sorprendido que yo no le hubiera hecho reclamo alguno. Ambos nos sentamos en la cama y empezamos silenciosamente a arreglarnos. Pasamos muchos minutos sin hablar mientras nos vestíamos y salíamos del hotel. Pero dentro de ese silencio nuestra comunicación fluía mejor. Ya no nos movíamos con recelo, esperando que cualquier acción desencadenará una pelea. Por primera vez en meses éramos libres. Saliendo del lugar, él me invitó a cenar, y como era usual de él, bebió algo de licor antes de comer. Siempre me molesto esa necesidad de lo que yo consideraba un costumbrismo innecesario. De hecho tuvimos incontables peleas por nuestras costumbres: muchas veces me sentía exasperado de que él siempre necesitará ese escape de la realidad en forma de licor, y él siempre criticaba con certera maledicencia mis inseguridades en cuanto a socializar. Sin embargo, aquella noche acepte que eso era parte de el. Cerre los ojos, y escuche como tragaba su alcohólico líquido, lo cual hizo que viniera a mi mente sus jadeos y palabras entrecortadas cuando ambos llegamos al clímax hacía unas pocas horas antes.
Abrí los ojos, y ambos sonreímos. Comimos en silencio, pasándonos los alimentos sin necesidad de pedirlos, como si supiéramos qué le faltaba al otro. Después de la comida nos retiramos del restaurante y nos despedimos, ya que cada quien iba para su propio hogar. Un destello neón iluminó brevemente su rostro, y al mirar sus facciones distorsionadas por la blanquecina luz recordé que la última vez que vi a aquel muchacho de la china estando en soledad decidí dejar la sensación de bienestar, y ser libre.
Fuente Fotográfica: Google Images.
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